Atrapado
“Arrogante, el malvado persigue al pobre; ¡pero sus propias trampas lo atraparán! El injusto se jacta de sus malos deseos; alaba al ambicioso y desprecia al Señor.” Salmo 10:2-3
Darrell entró en el mercado de un pueblo cerca de la ciudad de Toronto. En la mano llevaba un revólver, pero no dijo ni una palabra, ni hizo ninguna demanda de nada. Finalmente, salió del mercado sin llevarse ninguna mercancía ni dinero.
Ocho minutos más tarde, entró en un restaurante de comida rápida, nuevamente revoloteando su revólver. Al ver el arma, los empleados se escondieron. Una vez más, Darrell salió del restaurante sin llevarse nada.
Cinco minutos después, Darrell abordó a un hombre que iba caminando por la calle. Esta vez, mostrándole su revólver, le exigió que le diera dinero. Pero quizás su voz haya denotado inseguridad, porque el hombre se negó a darle lo que le pedía.
Darrell no le disparó sino que lo dejó ir, y siguió caminando.
Cuando supo que la policía lo estaba buscando, decidió entregarse. Como dice el salmista, Darrell fue atrapado en sus propias trampas.
La mayoría de la humanidad tiene más éxito en cometer pecados que Darrell. Con esto quiero decir que, generalmente, logramos esconder nuestros pecados de los demás. Es claro que del Señor no podemos esconder nuestros pensamientos, palabras u obras. Él ve lo que hacemos mal, y también ve las intenciones que tenemos de hacer mal.
Ante la condición de nuestros corazones y vidas, nuestro Creador vio que estábamos desamparados y desesperados, y decidió enviar a su Hijo a salvarnos.
Jesús tomó todos nuestros pecados: los que cometimos, los que tratamos de cometer, y los que sólo hemos imaginado, y los llevó con él a la cruz. Allí, en un acto de sacrificio increíble, el Hijo inocente de Dios pagó la culpa por todos nuestros errores.
Tres días después de su muerte, todo el mundo vio, en el Señor Jesús resucitado, que su obra de redención había sido completada y aceptada por el Padre. Ahora, todos los que creemos en él como nuestro Salvador, podemos vivir como hijos perdonados de Dios.
Por: CPTLN