“Palabra de Jehová que vino a Jeremías, después que Sedequías hizo pacto con todo el pueblo en Jerusalén para promulgarles libertad: que cada uno dejase libre a su siervo, hebreo y hebrea; que ninguno usase a los judíos, sus hermanos, como siervos” (Jer. 34:8, 9).
Eran días terribles. Cundía el pánico. El rey de Babilonia y su ejército estaban luchando contra Jerusalén y las ciudades alrededor que aún quedaban independientes. Dios había dicho al rey: “Estoy a punto de entregar esta ciudad al rey de Babilonia, y la incendiará” (v. 2). La ciudad estaba para caer. Era normal, humano, que el rey en estas condiciones proclamase la libertad a los esclavos para que cada uno determinase qué iba hacer: huir, luchar, rendirse. “Todo el pueblo y los jefes que habían hecho el acuerdo libraron a sus esclavos, de manera que nadie quedaba obligado a servirlos, pero después se retractaron y volvieron a someter a esclavitud a los que habían liberado” (v. 10, 11, NVI). ¡Qué ilusión y después qué desencanto y qué desesperación!
Entonces la ira de Dios se encendió. Recordó a los Israelitas que ellos habían sido esclavos en Egipto y que Él los había librado. Había hecho un pacto con ellos, que si uno de sus hermanos hebreos se vendiese como esclavo, después de servir durante seis años el amo lo había de poner en libertad, pero no lo habían respetado. Recientemente habían hecho lo correcto poniendo en libertad a sus conciudadanos, ¡solo para volver atrás con respecto a lo acordado y esclavizarlos otra vez! El Señor dice: ¡Aun habían hecho este pacto delante de mí en la casa que lleva me nombre! “Pero habéis vuelto y profanado mi nombre” (v. 16). ¡Hacer un voto delante de Dios y volver atrás es profanar su Nombre! Así, Dios los dejará “libres” a ellos para morir por la espada, la plaga y el hambre: “Puesto que han violado mi pacto, y no han cumplido las estipulaciones del pacto queacordaron en mi presencia, los… entregaré en manos de sus enemigos, que atentan contra su vida, y sus cadáveres servirán de alimento a las aves de rapiña y a las fieras del campo” (vs. 18-20).
Violar un pacto sagrado hecho en la presencia de Dios es cosa muy seria. Incurre en la ira de Dios y represalias de parte del Señor. Dios toma muy en serio los votos que hacemos, ya sean votos de matrimonio, de servicio, de consagración de nuestras vidas, de castidad antes del matrimonio, de criar a nuestros hijos en sus caminos, de lealtad a nuestro país, de lo que sea; un voto delante de Dios nos compromete. El ejército de Babilonia se había retirado de la ciudad de Jerusalén para luchar contra otras ciudades. Dios dice: “Voy a dar una orden, y los haré volver a esta ciudad. La atacarán, y luego de tomarla, la incendiarán. Dejaré a las ciudades de Judá en total desolación, sin habitantes” (v. 22). Israel podría haber ganado esta guerra contra el gran Imperio babilónico. No le habría costado nada a Dios darles la victoria. Pero debido a su incesante rebeldía y desobediencia, Dios tuvo que entregarles en manos de sus enemigos.
Nuestras guerras también se ganan por la simple obediencia a Dios y el cumplimiento del Pacto que tenemos con Él (Mat. 26:28), Pacto que se estableció cuando nos convertimos al Señor Jesucristo. No importa la grandeza del enemigo. Dios regala la victoria a los que son fieles a su Nombre.
Enviado por Hno. Mario Caballero