“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo”
(Gen. 1:1-2).
Desorden, vacío, tinieblas, abismo. ¡Qué palabras más terribles para describir el estado inicial de las cosas! Así empieza la Biblia y su historia versa sobre cómo Dios resuelve estas cuatro cosas, primero a corto plazo, y luego, definitivamente.
Al final de su obra de la creación, Dios estaba contento; vio que era buena. “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó en día séptimo de toda la obra que hizo… en la creación” (Gén. 2:2, 3). En lugar de desorden, Dios había establecido orden. El orden de autoridad era: Dios, los ángeles (Salmo 8:5), el hombre, la mujer, los hijos, y finalmente los animales. Cada cosa estaba en su sitio. El mundo ya no estaba vacío sino repleto de vida por todas partes. Las tinieblas habían sido dispersadas con la luz del sol, la luna y las estrellas. La pareja estaban vestidos de luz, de inocencia y pureza. Y el abismo había sido llenado con la creación material, repleta de vida variada y abundante. Dios bajaba cada día para pasear por el hermoso jardín en compañía de la pareja que había creado, pues para esta comunión existía la Creación.
No sabemos cuánto tiempo duró este estado idílico, pero más pronto o más tarde se produjo la Caída que estropeó de nuevo el orden. Vació la plenitud, trajo profunda oscuridad, y abrió el abismo de la perdición. El hombre había alterado el orden. Eva habido querido ser “como Dios” (Gén. 3:5), no estar bajo su autoridad. Había salido de su lugar bajo la autoridad de su marido para ponerse a la par con Dios. Primero Dios pidió cuentas a Adán por ser el responsable con la acusación: “Por cuanto obedeciste la voz de tu mujer” (3:17). Su vestimento de luz desvaneció y se quedaron desnudos delante del Juez de toda la tierra. Sin la intervención de Dios se habrían precipitado al abismo eterno de la condenación. Pero Dios hizo una nueva obra de recreación de Cristo.
El eje de la historia es la cruz de Cristo. Por medio de ella Dios re-establece el orden: Dios Padre, Cristo, hombre y mujer, el orden de la creación (1 Cor. 11:3 y 1 Tim. 2:13). La oscuridad del pecado es reemplazada por la luz de la justificación. El hombre y la mujer son revestidos de la justicia de Cristo para cubrir su desnudez. El abismo de la condenación se cierra de nuevo. El vacío producido en el corazón por el pecado ya es llenado por la plenitud del Espíritu Santo.
En el tiempo presente el matrimonio cristiano es un reflejo de la restauración de todas las cosas cuando venga Cristo. En él, la mujer es sujeta a su marido como la Iglesia lo estará eternamente a su Esposo divino. En aquel día, ella será presentada resplandeciente, sin mancha ni arruga para ser la justa y perfecta esposa de Cristo para toda la eternidad. Será como la nueva Eva del segundo Adán, revestida de ropas blancas de la justicia de Cristo, resplandeciente como la novia en el día de su boda, no “como Dios”, sino en su orden correcto, reluciente, reflejando la luz del Sol de justicia como la luna refleja la luz del sol. El abismo de la condenación se cerrará para ella para siempre en la hermosura del Paraíso de Dios. Disfrutará de plenitud de Vida en el Espíritu Santo, en perfecta unión con Cristo. Dios mismo será la eterna luz, la plenitud de aquel que todo lo llena en todo. Así que la Biblia termina mejorando con creces como empezó, con todo resuelto en Cristo, por medio de su Cruz, ya eternamente.
Enviado por el Hno. Mario Caballero