“Anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado alto; en toda la faz de la tierra fueron esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las buscase, ni quien preguntase por ellas” (Ez: 34:6).
“Andan errantes por falta de pastor” (v. 5). Dios está consternado por las condición en que se encuentran sus ovejas y echa la culpa sobre los pastores. “Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo estoy contra los pastores; y demandaré mis ovejas de su mano, les haré dejar de apacentar las ovejas” (v. 10). Los pastores no han cumplido con su función: “No fortalecisteis a los débiles, no curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, ni volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia” (v. 4). No se han ocupado de ellas, y las ovejas han huido.
Por tanto, Dios dice que Él mismo será su Pastor, ¡y luego envía a Jesús! Estamos en el Antiguo Testamento. Los pastores de Israel eran los sacerdotes y maestros de la Ley, pero ni conocían a Dios, ni le dieron a conocer. Por lo tanto Dios mismo vino a pastorearlos en forma del Señor Jesús: “Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día de nublado y oscuridad. Y yo las sacaré de los pueblos, y las juntaré de las tierras; las traeré a su propia tierra, y las apacentaré en los montes de Israel, por las riberas… En buenos pastos las apacentaré, y en los altos montes de Israel estará su aprisco; allí dormirán en buen redil, y en pastos suculentos serán apacentadas sobre los montes de Israel. Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor” (Ez. 34:11-15).
Vino el Buen Pastor y sufrió por la condición de las ovejas. Tuvo compasión por las multitudes de Israel como ovejas sin pastor y puso su vida por ellas para salvarlas: “Yo soy el buen pastor y el buen pastor pone su vida por las ovejas” (Juan 10:11).
Ahora estamos en el siglo XXI, y ¿cómo están las ovejas? Muchos están igual que en los días de Ezequiel: errantes, perdidas, confundidas, dolidas y hambrientas. Muchas andan buscando iglesia, a alguien que les pastorea. Los motivos son variados: algunos quieren una iglesia más moderna y otros quieren una iglesia más fiel a las Escrituras. Necesitamos más pastores, pastores de corazón, que aman a las ovejas, que conocen bien las Escrituras y que pueden enseñar con profundidad la Palabra de Dios, que pueden aconsejar, consolar, animar, liderar, confrontar, avisar, desafiar, disciplinar, corregir, descubrir dones y motivar, pastores que pueden comunicar con jóvenes, apoyar al que sufre, y buscar a los que han dejado de asistir, y trabajar en equipo para el bien de toda la iglesia. La capacidad de planear cultos y organizar reuniones es importante, pero lo es más la cura de las almas, según el modelo de Jesús, el Pastor de nuestras almas (1 Pedro. 2:25).
Enviado por el Hno. Mario