LA CONVERSIÓN MARCA UN ANTES Y UN DESPUÉS
“Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un Varón” (Gen. 32:25).
La conversión es un alto en el camino. Toda nuestra vida nos ha preparado para este momento. Antes íbamos alegremente por la vida haciendo lo que nos parecía bien, reaccionando según los motores de nuestra personalidad, haciendo lo que nos venía por naturaleza, bien o mal, es indiferente, siempre pecaminoso, porque tenía sus orígenes en nuestra carnalidad y egoísmo, cuando, de repente, ¡un rayo de luz!, ¡un relámpago estalla delante de nosotros!, y paramos en seco, cegados por el esplendor de Dios contra el trasfondo de la oscuridad de todo lo que somos nosotros, y claudicamos. La conversión es un choque frontal entre Dios y el hombre en el cual caímos del burro de nuestro orgullo, y nos postramos delante de Dios, diciendo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lc. 5:8). “Y cayendo en tierra… temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:4-6). “¡Ay de mí!, que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6:5).
La conversión es Rut en el camino a Belén. Detrás está Moab, su pueblo, con sus dioses, delante está el pueblo de Dios y el Dios de Noemí. Las mujeres hacen un alto en el camino y se paran, y deciden. ¿Delante o detrás? Rut dejó su vida vieja por una nueva en Dios.
Es Pablo en el camino a Damasco, cuando en un instante comprendió que toda su vida había estado encaminado a hacer su propia voluntad y por primera vez preguntó al Señor: “¿Qué quieres que yo haga?”. Desde aquel momento vivía para hacer la voluntad del Señor.
Es el carcelero de Filipos, sacudido por un terremoto, a punto de morir, que se postró temblando a los pies de Pablo y de Silas y les dijo: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:29, 30). Su primer acto después sería uno de misericordia.
Es el endemoniado que de día y de noche andaba dando voces en los montes y en los sepulcros, hiriéndose con piedras, pero ahora librado, sentado a los pies de Jesús, vestido y en su juicio cabal (Marcos 5:15). Cuando ruega a Jesús que le deje estar con él y el Señor no se lo permite, manso y obediente, vuelve a los suyos y les cuenta cuán grandes cosas el Señor ha hecho con él, cómo ha tendido misericordia de él.
Es lo que pasó en la cuidad idolátrica y inmoral de Tesalónica cuando llegó el evangelio: “os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo” (1 Tes. 1:9, 10). Recibieron la luz, dejaron su cultura y costumbres pecaminosas, y se dedicaron a servir al Dios verdadero y vivir para Él.
Es Jacob en el camino a Betel, a punto de cosechar lo que él mismo ha sembrado a manos de su airado hermano, enfrentando la muerte por toda una vida de engaño, aterrorizado, solo; allí se produjo la conversión. Jacob se encuentra con Dios.
Enviado por Hno. Mario