EL GLOBO ROTO
“Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:16, 17).
Como soy abuela, había guardado el globo roto de mi nieto como recuerdo de la feria, de aquel día tan bonito cuando él había subido al tío vivo del parque con tanta ilusión. Había elegido el coche de bomberos para sentarse en él y tocar la campana, como si iba a un incendio de verdad. Daba vueltas con la música de la atracción sonando muy fuerte y los niños todos riéndose y disfrutando. Guardo el momento como uno de mucha felicidad, pero ahora ha llegado el momento de tirar lo que quedaba del globo a la basura. Al hacerlo, pensé que la felicidad es tan ilusiva e imposible de mantener como aquel globo. Pasa con la emoción del momento.
Un globo roto es un símbolo apto para las alegrías de esta vida que se compran con dinero, se viven con intensidad, y luego desaparecen para siempre, irrecuperables, como un globo roto. El mundo no ofrece más que unos breves instantes de felicidad en el tío vivo de la vida, mucho ruido, carcajadas, y luego llanto, al tener que bajar, cuando la música finaliza. El niño baja llorando porque quiere otro turno, porque uno solo no le llena, pero lo que él no sabe es que el siguiente no le va a llenar tampoco. Sus padres lo saben, e intentan distraerle, pero él insiste, y al final lo tienen que arrastrar de allí, protestando.
La felicidad del mundo es muy parecido a un globo: bonito, colorido, llamativo, divertido, pero frágil y poco duradero. Se pincha y luego no se puede reparar. Un globo roto no sirve para nada. Un niño no sabe que un globo no va a durar para siempre. Cuando se rompe, explota y se asusta. O bien el aire se lo escapa poco a poco, y queda desinflado, sin posibilidad de desatar y volver a inflar de nuevo, pero esto no se lo puedes explicar al niño, porque no lo entiende.
¿Cuál ha sido tu globo, tu medio de conseguir la felicidad? ¿Qué ha sido tu juguete, tu diversión, entretenimiento o fuente de ilusión? ¿Ha sido una relación, o una amistad, un matrimonio, o una iglesia, una fiesta, un coche, un proyecto, un encuentro con amigos, un trabajo? Se termina y te quedas vacía. Decepcionado. Esta es la experiencia de uno de este mundo. La felicidad no es duradera, aunque muy bonita, y auténtica en su momento. Siempre tiene un fin, un desenlace. Y se acaba. Como escribió John Newton (1725-1807): “Desvanece el placer del mundano; todos sus orgullosos espectáculos desaparecen; goces sólidos y tesoros duraderos ninguno los conoce salvo los hijos de Sión”.
El creyente tiene su gozo en lo que perdura para siempre: en hacer la voluntad de Dios, en servir, en compartir, en darse para los demás. “Ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”. Las relacionas en el Señor no se acaban nunca, ni con la muerte. El hijo de Dios disfruta de lo bueno de esta vida, pero no se agarra a ello con un puño cerrado, sino que lo ofrece al Señor con acción de gracias. Su felicidad no es un globo pronto a explotar, sino una relación eterna con Dios que le llena con gozo hasta rebosar. No se la queda para sí mismo, sino que sale de su interior en ríos de bendición para beneficiar a todos los que tiene alrededor.
Enviado por Hno. Mario