“… el carcelero los metió hasta el último calabozo, y les sujetó los pies en el cepo. A la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban himnos a Dios, mientras los presos los escuchaban.”
Hechos 16:24-25
Dura escena nos muestra la historia de Pablo y Silas, siervos de Dios, encarcelados en Filipos por el delito de predicar el Evangelio. Por supuesto que a nosotros hoy en día quizás nos resulte extraño que el motivo de sus cadenas haya sido hablar de Jesús a las personas. Dado que vivimos en un lugar donde se defiende la libertad religiosa y de expresión, el confesar que creemos en Jesús como nuestro Señor y Salvador no nos trae consecuencias como las que padecieron aquellos primeros apóstoles y evangelistas. Pero si esto nos llama la atención, no es menos sorprendente que aún en medio de tal situación adversa, triste e injusta, ellos no fueron amedrentados sino que, en la oscuridad y soledad del calabozo más profundo, oraban y cantaban a Dios.
Ahora, si recordamos la promesa del Señor Jesús: “donde haya dos o tres reunidos en mi nombre allí estaré” (Mateo 18:20), tenemos la plena certeza que el Salvador estaba junto a ellos en aquel momento, cumpliendo su promesa en tiempo de oposición. En la presencia del Señor Jesús ellos le adoraron en alabanza y oración. Su adoración al único Dios fue testimonio para el resto de los presos, que escucharon su confesión de lo que creían. Todos los que oían recibieron un mensaje de perdón y salvación, pues el Espíritu Santo estaba presente haciendo su obra de cambiar vidas. Esta es la forma en que, como hijos de Dios, enfrentamos los desafíos que vivimos en medio de la soledad o dificultades: invocando el nombre poderoso de quien nos promete ayuda y consuelo. Ante todo, y a pesar de todo, sabemos que Dios sigue presente y nos ayuda. Por eso, siempre primero Dios.
Por CPTLN