jueves, 24 de marzo de 2016

El amor de Dios y nuestro pecado

EL AMOR DE DIOS Y NUESTRO PECADO

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
            Esta es la gloriosa noticia del evangelio: el amor de Dios le motivó a enviar a su amado Hijo a este mundo para morir por nosotros, pecadores. Pero, igual que en los tiempos de Pablo, los hay que confunden el amor de Dios con la licencia para pecar. Piensan que, ya que son salvos y aceptados y amados por Dios, su pecado no tiene importancia, porque el amor de Dios lo cubre. Así que no prestan atención a sus propios pecados, no les dan importancia. Piensan que es natural que pequemos, porque somos humanos. Estas personas no crecen en santidad. Han pasado años desde su conversión, y todavía están practicando los mismos pecados que formaban parte de su carácter antes de conocer al Señor.
            La verdad es que el amor de Dios no cubre ni perdona nuestro pecado. Es la sangre de Cristo la que lo hace. Y la sangre de Cristo solo perdona el pecado que hemos confesado, renunciado y dejado (1 Juan 1:8-10). Si alguien sigue en el pecado, no hay perdón, por mucho que Dios le ame. Dios siempre ama y nunca deja de amor, pero no salvará a los que permanecen en el pecado: “Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca [es decir, que permanece en el pecado], no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:6-8). Cristo vino para librarnos del poder del pecado en nuestras vidas, para salvarnos de él, para que no estemos bajo su tiranía.
            El amor de Dios no salva. Si salvase, todo el mundo sería salvado, porque Dios ama a todo el mundo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). El amor de Dios ha provisto la solución para el pecado, pero no es automático; hay que creer. Y para que el sacrificio de Cristo nos consiga el perdón, hemos de confesar el pecado. Nos incumbe confesar nuestro pecado cada día para ir creciendo en la gracia. Si no, nos estancamos. Pues, es el pecado lo que estorba nuestro crecimiento, nuestro comunión con Dios y con los hermanos.     cristomuriopormi
Algunos de los creyentes de tiempos de Pablo tuvieron la misma confusión. Por esto Pablo dice: “¿Qué pues, diremos? ¿Perseveremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1, 2). Morimos al pecado en nuestro bautismo. Dejamos la vida enterrada en las aguas bautismales para resucitar a una nueva vida en Cristo, libre del dominio del pecado. “Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6: 6).  
“Oh Señor, recíbeme cual soy, ya no más, ya no quiero pecar. Del pecado me quiero apartar. Justifica mi ser, dame tu dulce paz y tu gran bendición.
Oh Señor, toma mi corazón y hazlo tuyo por la eternidad. Lléname de tu santa bondad, y en mi alma tú pon una nueva canción de y dulce amor”.
Juan M. Isais