martes, 16 de diciembre de 2014

El ojo de la tormenta


En el ojo de la tormenta



En un momento de sufrimiento, podemos llegar a cuestionar los designios de Dios. Sin embargo, a menudo, los planes que Él tiene para ayudarnos, son más grandes que nuestro deseo de recibir alivio.
Las desgracias nunca vienen solas. Muchas veces, esta frase tan conocida nos parece una realidad. No importa cuántas promesas del Señor reclamemos, nos parece como que Él estuviera permitiendo que nos ahogáramos.
Pero una cosa es cierta: Ya sea que nuestras adversidades sean resultado de ataques espirituales, consecuencias de nuestras decisiones, o simplemente parte de vivir en un mundo caído, ellas tienen el potencial de revelar lo que creemos del Señor y de nuestro propósito en la vida. Por eso, es muy importante que nos centremos en Dios durante esos momentos, y dejemos que Él determine el modo en que debemos percibir nuestras circunstancias.
LEA Hechos 27.1−28.10
Antes de su peligroso viaje y su naufragio, el apóstol Pablo tenía una clara percepción del llamamiento de Dios. Aunque era un prisionero, su corazón estaba determinado a testificar en Roma, y parecía que Dios estaba preparando todo para hacer esto posible. El apóstol hasta había encontrado el favor de Julio, el centurión responsable de llevarlo allá.
Aunque la historia tiene un final feliz, tenemos que leer entre líneas para entender lo que implicó la experiencia: aparentemente, días interminables en el mar, sacudidas de la embarcación, hombres aterrorizados gritando en la cubierta, el agua inundando las tablas, y una carga lanzada al mar en la desesperación. Los prisioneros encadenados sabían que si la embarcación se hacía trizas, ellos serían los primeros en ahogarse. Por haber sobrevivido ya a tormentas y naufragios (2 Co 11.25-27), Pablo tenía la opción de, o bien utilizar el valor que había obtenido en esas experiencias, o bien acusar a Dios de crueldad.
Aunque el sombrío relato es interrumpido por el sueño profético del apóstol (en el que el Señor le aseguró que nadie moriría, y que él iría a Roma), estas palabras de ánimo fueron seguidas por otros doce días de circunstancias aterradoras. Es probable que hubo momentos en los que Pablo y su compañero de viaje, Lucas, pudieron haberse preguntado por qué Dios se estaba tomando tanto tiempo para cumplir la promesa de salvarlos. Estaban hambrientos, mojados hasta los huesos y agotados —la clase de sufrimiento físico que puede fácilmente destruir la confianza.
Aunque estuvieron aferrados hasta el final de la tormenta a la promesa de salvación que les había hecho el Señor, tuvieron que pasar más horas asidos de tablas rotas después del naufragio, y luchando en las frías aguas para llegar a la costa. Pero Dios estaba en acción. Es posible que Pablo y Lucas hayan sido los únicos cristianos a bordo, pero el Señor también cuidó de las vidas de los demás prisioneros y de los soldados romanos. Es claro que Él estaba actuando, de manera particular, en el corazón de Julio. Durante esas tenebrosas semanas en el mar (y de los meses siguientes que pasaron en Malta), los dos cristianos tuvieron la oportunidad de compartir y vivir de verdad el evangelio delante de esa audiencia poco común.



Cuando Pablo fue mordido por una serpiente después de estar todos finalmente a salvo en tierra, Julio y los demás debieron de haberse preguntado por qué Dios permitía que el apóstol tuviera tan terrible final, especialmente después de todo lo que había pasado. Pero Pablo parecía casi indiferente. Había pasado por tantas cosas y conocido tan profundamente la fidelidad de Dios, que nada externo podía perturbarlo. El largo vía crucis era, en esencia, una ilustración del mensaje que él había escrito a la iglesia en Roma: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Ro 8.35, 37). Esta verdad lo ayudó a sobrevivir triunfantemente, y lo situó en el centro de los grandes planes redentores de Dios.


REFLEXIONE Y EXPLORE
Medite y examine lo siguiente:
• Cuando nos rendimos a la vida y a la obra de Cristo en nosotros, aun cuando eso implique sufrimiento, su gloria se revela más en nuestras vidas. Esto es cierto, ya sea que comprendamos o no la magnitud de su poder y su hermosura.
Lea 2 Corintios 4.7-18 y Juan 3.29-31. ¿Qué había detrás del gozo que Pablo y Juan el Bautista experimentaban al sacrificarse para que los demás pudieran conocer a Cristo?
• Dios está siempre obrando para dar redención y transformación.
Lea Juan 12.23-26. Aunque este pasaje se refiere a la muerte de Jesús, ¿qué verdad comunica la imagen de una semilla que “muere” sepultada en la tierra?
• A pesar de que Jesús tomó sobre sí mismo en la cruz un sufrimiento inimaginable, Él nunca perdió de vista el gozo que vendría después.
Lea Hebreos 12.1-3. ¿Cómo afecta el pensar en lo que hizo Jesús, la comprensión que usted tiene de cómo puede Él estar obrando en medio de las pruebas que usted enfrenta?

RESPONDA
Conteste las siguientes preguntas y, de ser posible, escriba sus pensamientos.
• ¿Qué le está diciendo Dios a usted por medio de este estudio?
• ¿Qué preguntas tiene sobre lo que ha aprendido? Pídale al Señor que le dé una comprensión mayor por medio de la oración y estudio de su Palabra, y que le ayude a estar atento a lo que Él le muestre en los próximos días.
• Escriba una oración de respuesta a Dios.




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