Elemento esencial para la
meditación
Solemos escuchar un popular llamado a la acción: “No te quedes ahí
parado —¡haz algo!” Pero hay un peligro inherente en esta manera
de pensar, si tratamos de introducirla a la fuerza en nuestra vida
espiritual.
Muy comúnmente, ya sea que lo manifestemos o no, actuamos como si
Dios necesitara nuestra ayuda. Luchamos con Él por cierto grado de
control sobre nuestra vida. En efecto, orgullosamente afirmamos
nuestra autoridad, y proclamamos: “Bueno, Señor, creo que esto es
lo que Tú quieres que suceda, así que voy a trabajar, y a trabajar,
y a trabajar, hasta lograrlo”.
En algún rincón de nuestra mente, escuchamos: “Ayúdate, que yo
te ayudaré”. En efecto, muchos cristianos creen que este consejo
se encuentra en la Biblia, cuando no es así.
En realidad, esta afirmación es totalmente contraria a la Palabra de
Dios, que en vez de eso nos dice: “Estad quietos, y conoced que yo
soy Dios” (Sal 46.10). El Padre celestial sabe que no podemos
ayudarnos a nosotros mismos. Esa es precisamente la razón por la que
envió a su Hijo a morir —porque éramos totalmente impotentes para
mejorar nuestra condición pecaminosa (Ro 5.8).
Al mismo tiempo que busquemos hacer la voluntad de Dios, no debemos
olvidar su llamado fundamental a la quietud delante de Él. Cuando
estamos quietos en su presencia y enfocados en Él, nos ponemos en la
posición más dócil para aprender.
¿Está usted demasiado ocupado tratando de equipararse con Dios?
Renuncie a sus esfuerzos y simplemente estese quieto. Lo que descubra
en la quietud puede revolucionar su llamamiento.
Por Min En Contacto