El dilema de la colaboración con los incrédulos
Ustedes son la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya no sirve para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. |
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¿Andan dos hombres juntos si no se han puesto de acuerdo?
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Las profundas palabras de Jesucristo: "Están en el mundo pero no son del mundo" constituyen una espinosa paradoja para la Iglesia. Estamos llamados a apartarnos del mundo y separarnos para el servicio a un Dios infinitamente santo. Pero también se nos insta a ser sal de la tierra, a ser eminentemente astutos y flexibles, adaptándonos sabiamente a nuestro contexto social a fin de, como dice Pablo, “de todos modos salvar a algunos” (ver I Corintios 9:19-23).
Sin duda alguna, los hijos de Dios estamos llamados a cultivar oportunidades para compartir nuestro testimonio y nuestra fe con los que no conocen el evangelio. Esto inevitablemente nos llevará a tener contacto, y a veces hasta a colaborar, con instituciones y gente que no comparte nuestros valores cristianos.
Por otra parte, la Biblia nos advierte una y otra vez contra la asociación íntima con los incrédulos. Amós 3:3 pregunta retóricamente, “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo”? La respuesta obvia es, “No”. En 2 Corintios 6:14-16 el apóstol Pablo nos advierte seriamente:
14 No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?
15 ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?
16 ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo.
Entre estas dos dimensiones de la Palabra--colaboracion y separacion--siempre habrá una tensión para el creyente. Inevitablemente, si nos movemos en el mundo, habrá ocasiones en que los linderos bíblicos en cuanto a la colaboración con los incrédulos no serán totalmente claros y definidos.
La iglesia que dirijo, por ejemplo, tiene ministerios de servicio social que la llevan a recibir cantidades significativas de dinero de parte del gobierno federal de Estados Unidos, así como de agencias filantrópicas privadas con valores profundamente seculares. Nuestro involucramiento social nos ha permitido proyectar un testimonio muy positivo a la comunidad secular, impactando a las autoridades de nuestra ciudad, así como a otros sectores de la sociedad dentro de la cual desempeñamos nuestro ministerio.
Estoy muy consciente de que nuestros valores morales y espirituales frecuentemente están diametralmente opuestos a algunos de los valores que sostienen estas instituciones. En todo momento, tanto nuestro personal como yo estamos claros en que jamás permitiremos que nuestros valores cristianos sean comprometidos a fin de recibir o mantener ningún tipo de ayuda de parte del mundo secular. Sin embargo, siempre existe una tensión, y continuamente tenemos que plantearnos la pregunta de si estamos manteniendo firmemente nuestros valores en medio de esa colaboración inevitable con el mundo.
Creo que parte de la solución a este dilema reside en diferenciar entre gente que simplemente no comparte nuestros valores, y que se fundamenta en una postura más bien neutral o aun escéptica con respecto a los valores del cristianismo, y aquellos que sostienen una postura militantemente anti-cristiana, con valores abiertamente opuestos a los postulados de nuestra fe.
En el pasaje de 2 Corintios 6:14-16 citado anteriormente, Pablo emplea palabras muy gráficas y fuertes para referirse a las personas con las cuales los creyentes deben evitar tener intimidad. La idea principal en la mente del apóstol parece ser ese segmento de la sociedad claramente comprometido con el mundo de las tinieblas, los que practican abiertamente el culto a los ídolos y los demonios (“¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial”)? Además, Pablo parece estarse refiriendo sobre todo a un tipo de asociación íntima con los incrédulos. Por eso emplea términos como “yugo desigual”, “compañerismo” y “concordia”, palabras que sugieren una relación estrecha más que una colaboración superficial que no compromete al creyente a sacrificar sus valores espirituales.
Dicho todo esto, hay que reconocer que aun así, la colaboración con los no creyentes, aunque se lleve a cabo con mucha cautela y cuidado, siempre representará un asunto muy delicado e incómodo para los hijos de Dios. Requerirá gran lucidez espiritual, mucha oración y reflexión, y un continuo asesoramiento de nuestras relaciones con ese sector de la sociedad. En todo momento, el valor preponderante deberá ser mantenernos fieles a Dios, y jamás comprometer los valores de nuestra fe.
Si el valor primordial que motiva nuestras acciones es el de glorificar a Dios y salvar almas, y primeramente nos encomendamos a la dirección del Espíritu Santo al emprender nuestros esfuerzos evangelísticos, estaremos cubiertos cuando demos esos saltos mortales que exige la inevitable colaboración con los incrédulos.
Dr. Roberto Miranda