VIVIR JUNTOS
“Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne” (Ef. 5: 31).
El vivir juntos no es un matrimonio. La pareja no se ha comprometido delante de la ley del país para unir sus vidas hasta que la muerte les separe, renunciando para siempre la posibilidad de toda otra relación sentimental. ¡Qué va! Lo que se ha formado es la convivencia de dos solteros independientes, no la unión de dos vidas con un solo proyecto, la mujer dispuesta a acoplarse al hombre y el hombre dispuesto a sacrificarse para la mujer. De eso nada. No han decidido formar un hogar y criar unos hijos con los mismos criterios, sino a gozarse de ciertos aspectos carnales del matrimonio sin tener que comprometerse a nada. Siempre que esta relación sirva a sus intereses, continuará, pero cuando no, se disolverá, y cada uno seguirá su camino.
Así los jóvenes van destruyendo sus vidas. Se hacen muchísimo daño. Todos hemos hablado con jóvenes que han salido de reacciones de este tipo muy dañados. Pierden lo que no pueden recuperar, entre otras cosas, años de vida. La mujer que ha vivido con un hombre durante cinco años, pongamos, sale de la relación ya con treinta y pico de años. Puede ser que encuentre otro hombre y viva con él otros cuatro o cinco años. Entonces, ¿qué? Rondará los 40 sin nada. Sin hogar, sin hijos, sin marido, y muchas veces sin trabajo. Ahora, ¿qué será de su vida? ¿Qué va a hacer? ¿Volver a casa de sus padres? ¿Vivir sola y buscar trabajo? Todavía hay hombres buscando relaciones, pero normalmente no están buscando a una mujer que tenga 40 años, sino una más joven, sobre todo, si tienen miras a casarse y tener hijos. Como resultado hay un creciente número de mujeres casi de edad mediana que anhelan tener la estabilidad de un hogar, pero están solas, y nuestro corazón se identifica con su angustia.
Si, como consecuencia de todo el sufrimiento que este estilo de vida proporciona, ellas encuentran al Señor, él puede llenar sus vidas. Encontrarán ministerios donde pueden ayudar a otros que sufren y se identificarán con su dolor y serán muy eficaces en su servicio al Señor. En estas actividades encontrarán amistades, propósito, comunión cristiana y mucho consuelo y alegría. El Señor irá sanando las heridas de estas relaciones rotas, y ellas estarán satisfechas y completas en su amor. ¡La iglesia es una fabulosa institución de sanidad! Para a las que no encuentran al Señor, les resta un largo comino de soledad. Como iglesia, nos debemos a ellas, a buscarlas e incorporarlas, y ayudarlas a encontrar sentido en el Señor. Él puede restaurar los años perdidos y darles una vida feliz en una comunidad donde serán valoradas, atendidas y útiles. Que seamos sensibles y compasivos a las necesidades de este colectivo. Amén.
Por David Burt