LLORA POR LOS LEGALISTAS
“Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cual sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Jer. 6:16).
Ya hemos observado que la iglesia evangélica está deslizándose hacía lo moderno, lo políticamente correcto. En nuestras iglesias hemos sufrido una invasión de los valores del mundo, de la sociedad en la cual vivimos, y estamos asustados. La solución para la crisis en la ética de hoy no es el legalismo, la imposición de moralidad, el control de la gente por medio de reglas. El legalismo no son las sendas antiguas, sino las tradiciones del siglo pasado. El camino de Dios es eterno, sus salidas son desde la eternidad. El camino es vivir en Jesús, pensar como Jesús, servir como Jesús, llorar como Jesús, es estar tan impregnados de Él que para nosotros el vivir es Jesús.
El legalista observa los miembros de su congregación a ver si fallan en una de las normas. Se interesa por lo externo, no por el estado del corazón. Las normas se mueven en entorno al día de reposo, el maquillaje, la vestimenta, la bisutería, los pendientes y piercings, el corte del pelo, ir al cine o a la discoteca, el maquillaje, el diezmo, el fumar, los bares, y cosas semejantes. No se interesa por cómo está la gente. Al legalista no le importa si uno sufre, no llora con los que lloran; no es compasivo; no muestra misericordia; no anima ni consuela. No se muestra comprensivo. No siente lástima y pena por los atrapados en el pecado; los condena. Cuando ve a una prostituta, no llora. No pasa la noche en la calle para ayudar a la juventud perdida. Jesús no fue legalista. Fue misericordioso y compasivo. Los legalistas le odiaban. El espíritu del legalismo choca con el Espíritu de Jesús. No son compatibles. El legalismo es un endurecimiento del corazón y una falta de amor.
En las iglesias legalistas, no les importa si las mujeres nunca oran juntas, si alguien se siente solo; no sienten compasión por los extranjeros; no les invitan a sus casas, no tienen gente marginada asistiendo a sus cultos, porque no los buscan para ayudarles; sin embargo, la mayor parte del ministerio de Jesús fue hacia este sector de la sociedad. A Jesús lo encontraban con los ciegos, leprosos, pobres, niños, y sucios, con publicanos y prostitutas. Los legalistas le condenaron: “¿Por qué come vuestro maestro con publicanos y pecadores?” (Mat. 9:11). Le acusaron de quebrantar las tradiciones de los ancianos. Al final le llevaron a la Cruz.
El legalismo levanta la ira de Dios. Que Dios tenga misericordia de nosotros, y que nos libre de todo resquicio de legalismo; que nos dé un corazón misericordioso como el de Jesús.
Por David Burt