Nota: Aporte enviado por hno. Mario Caballero
¿PARA QUÉ?
“Por todo el camino te ha traído Jehová tu Dios estos
cuarenta años en el desierto” (Deut. 8:2).
Imagínate que eres una israelita en tiempos de Moisés,
viviendo en el desierto. Te despiertas por la mañana en tu tienda y otra
jornada de caminata te espera. Tantos años en el desierto sin llegar a ninguna
parte y te preguntas: “¿Cuál es el propósito de todo esto? Estoy aburrida y
cansada. No me apetece vivir otro día igual que el de ayer. ¿Qué de mi vida?
¿Para qué sirve? ¿Qué es lo que estoy logrando? ¿A quién beneficio?” Y te invade el desánimo.
Te pones a orar y dices todo esto a Dios, y por una obra
divina en respuesta a tu plegaria, tus pensamientos se aclaran y comprendes.
Estoy aquí para creer en Dios. Siempre que surge una dificultad en el viaje,
estoy para poner mi fe en él y confiar que él tiene la solución. Estoy para
obedecer sus mandamientos en mis relaciones con mis vecinos para demostrar su
justicia por medio de mi vida. Cuanto más justa soy, más comprenderán otros la
justicia de Dios. Estoy aquí para adorar a Dios mediante las ceremonias
simbólicas que se llevan a cabo en el tabernáculo. Participo. Consigo el perdón
de mis pecados mediante el sacrificio de los animales. Los cantores del
tabernáculo expresan alabanzas a Dios en mi lugar. El sumo sacerdote entra en
la presencia de Dios como mi representante una vez al año. A Dios le agrada
esto. Formo mi parte de una colectiva de unos cuantos millones de adoradores.
Cada día como el maná que cae del cielo dando gracias a Dios
por su provisión. No me canso de él, porque veo que es un milagro que cada día
cae comida de cielo para este gran número de personas, por la fidelidad y
misericordia de Dios. Comer no es un ministerio, pero hacerlo dando gracias a
Dios lo es. Él es glorificado en proveer, aunque solo soy una persona entre
todo el pueblo, es un testimonio a todas las naciones alrededor que no hemos
muerto de hambre, que nuestro Dios puede suplir nuestras necesidades cuando no
hay nada comestible aquí en este desierto.
Hoy vamos a caminar. Tenemos que arrancar las estacas,
empaquetar las cosas, y prepararnos para la marcha. Llegaremos al próximo sitio
de acampada. Claro, no vamos a llegar a ninguna parte. Esto ya lo sabíamos
cuando pecamos por nuestra incredulidad allí en Cades Barnea, pero lo asumo.
Esta es la consecuencia de nuestra incredulidad y tenemos que pagar el precio.
Dios podría habernos exterminado, y habría sido justo al hacerlo, pero en su
misericordia nos sigue reconociendo como su pueblo y sigue siendo nuestro Dios.
Hoy será otro día de caminar en obediencia con él.
Claro, yo no soy importante. Formo parte del colectivo. No
destaco por nada. Todos juntos como pueblo somos muy importantes. Demostramos
la existencia de Dios al mundo. Por medio de ser su pueblo y vivir como tal,
testificamos de su carácter, su poder, su misericordia, su justicia, su
perfección, su grandeza y su cercanía. Y en esto tengo mi pequeño parte y esto
me da significado.