viernes, 2 de agosto de 2013

¿Para qué?


Nota: Aporte enviado por hno. Mario Caballero
¿PARA QUÉ?

“Por todo el camino te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto” (Deut. 8:2).

Imagínate que eres una israelita en tiempos de Moisés, viviendo en el desierto. Te despiertas por la mañana en tu tienda y otra jornada de caminata te espera. Tantos años en el desierto sin llegar a ninguna parte y te preguntas: “¿Cuál es el propósito de todo esto? Estoy aburrida y cansada. No me apetece vivir otro día igual que el de ayer. ¿Qué de mi vida? ¿Para qué sirve? ¿Qué es lo que estoy logrando? ¿A quién beneficio?”  Y te invade el desánimo.

Te pones a orar y dices todo esto a Dios, y por una obra divina en respuesta a tu plegaria, tus pensamientos se aclaran y comprendes. Estoy aquí para creer en Dios. Siempre que surge una dificultad en el viaje, estoy para poner mi fe en él y confiar que él tiene la solución. Estoy para obedecer sus mandamientos en mis relaciones con mis vecinos para demostrar su justicia por medio de mi vida. Cuanto más justa soy, más comprenderán otros la justicia de Dios. Estoy aquí para adorar a Dios mediante las ceremonias simbólicas que se llevan a cabo en el tabernáculo. Participo. Consigo el perdón de mis pecados mediante el sacrificio de los animales. Los cantores del tabernáculo expresan alabanzas a Dios en mi lugar. El sumo sacerdote entra en la presencia de Dios como mi representante una vez al año. A Dios le agrada esto. Formo mi parte de una colectiva de unos cuantos millones de adoradores.

Cada día como el maná que cae del cielo dando gracias a Dios por su provisión. No me canso de él, porque veo que es un milagro que cada día cae comida de cielo para este gran número de personas, por la fidelidad y misericordia de Dios. Comer no es un ministerio, pero hacerlo dando gracias a Dios lo es. Él es glorificado en proveer, aunque solo soy una persona entre todo el pueblo, es un testimonio a todas las naciones alrededor que no hemos muerto de hambre, que nuestro Dios puede suplir nuestras necesidades cuando no hay nada comestible aquí en este desierto.   






Hoy vamos a caminar. Tenemos que arrancar las estacas, empaquetar las cosas, y prepararnos para la marcha. Llegaremos al próximo sitio de acampada. Claro, no vamos a llegar a ninguna parte. Esto ya lo sabíamos cuando pecamos por nuestra incredulidad allí en Cades Barnea, pero lo asumo. Esta es la consecuencia de nuestra incredulidad y tenemos que pagar el precio. Dios podría habernos exterminado, y habría sido justo al hacerlo, pero en su misericordia nos sigue reconociendo como su pueblo y sigue siendo nuestro Dios. Hoy será otro día de caminar en obediencia con él.
       

Claro, yo no soy importante. Formo parte del colectivo. No destaco por nada. Todos juntos como pueblo somos muy importantes. Demostramos la existencia de Dios al mundo. Por medio de ser su pueblo y vivir como tal, testificamos de su carácter, su poder, su misericordia, su justicia, su perfección, su grandeza y su cercanía. Y en esto tengo mi pequeño parte y esto me da significado.