Nota: Aporte enviado por hno. Mario Caballero
PARTE DE UN COLECTIVO
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis as virtudes de aquel que
os llamó de la tinieblas a su luz admirable… Sois pueblo de Dios” (1 Pedro 2:9,
10).
Ayer
estábamos hablando de la identidad del creyente de a pie en tiempos de Moisés,
de cómo encontraba significado al formar parte del pueblo redimido por Dios y
al dar testimonio a las naciones como tal. Para nosotros nos cuesta encontrar
nuestra identidad como parte de un colectivo, a saber, el pueblo de Dios, la
Iglesia. Queremos destacar como individuos. Fuimos educados bajo la filosofía
del individualismo y encontramos significado en nuestros logros personales. Y
puesto que somos creyentes, queremos destacar como tales. Queremos figurar en
la iglesia, tener una parte importante en la obra, ser reconocidos como líderes
y como valiosos por derecho propio. Preguntamos: ¿Qué pinto yo? ¿Qué importancia
tengo yo? ¿Para qué sirvo yo? ¿Cuál es mi papel? ¿Se fijan en mí? Estas
actitudes y aspiraciones chocan frontalmente con la mentalidad bíblica. Jesús
se hizo “de ninguna reputación”. Vino para servir y para dar.
Si los
creyentes de antes estaban contentes de ocupar su lugar humilde en este
colectivo que es el pueblo de Dios, nosotros deberíamos estarlo mucho más.
Nuestros privilegios en Cristo son mucho mayores que los suyos. Podemos entrar
en la sagrada presencia de Dios siempre que queremos, ¡hasta vivir en ella!
Podemos cantar alabanzas a Dios en nuestros corazones continuamente. Tenemos
los pecados perdonados y alejados de nosotros por la sangre de un mayor Cordero
que hizo la ofrenda perfecta y definitiva. Nuestro corazón es el tabernáculo de
Dios donde mora el Santo de Israel. Cristo mismo es nuestro Sumo Sacerdote y
todos nosotros somos sacerdotes del Dios Altísimo.
Y, en
lo colectivo, tenemos mucho en común con nuestros antepasados en la fe. Hoy es
otra jornada en el desierto. Caerá el maná del cielo y saciaremos de la Palabra
de Dios. Beberemos de la Roca y el agua de vida fluirá de nuestras vidas para
dar testimonio al mundo. Caminaremos en obediencia a los mandamientos del
Señor, viviendo en santidad en lo cotidiano. Haremos nuestros trabajitos para
el Señor: la ropa, la plancha, el trabajo del a calle, la crianza de los hijos.
Y haremos nuestra parte en la iglesia según los dones del Espíritu Santo.
Nuestro testimonio como individuos formará parte del gran conjunto del
testimonio de la iglesia. Será una sociedad diferente en medio del mundo por la
cual Dios se dará a conocer por medio de la justicia de vida que demostramos
como Iglesia. De esta nueva sociedad en Cristo soy una pequeña parte. Aislada
no soy importante. No llamo la atención por mis proezas, pero como parte de la
Iglesia de Cristo encuentro mi identidad y mi significado. ¡La Iglesia es muy
significativa y en ella estoy yo!