jueves, 30 de octubre de 2014

Dios no tiene nietos

DIOS NO TIENE NIETOS


“Y ahora tus dos hijos Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, antes que viniese a ti a la tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos” (Gen. 48:5).


            Este texto nos viene del lecho de muerte de Jacob. José y sus dos hijos, Manasés y Efraín están con él para oír sus últimas palabras. Jacob les recuenta su testimonio acerca de cómo Dios le buscó cuando huía de su hermano: “Y dijo a José: el Dios Omnipotente me apareció en Luz en la tierra de Canaán, y me bendijo, y me dijo: He aquí yo te haré crecer, y te multiplicaré  te pondré por estirpe de naciones; y daré esa tierra a tu descendencia después de ti por heredad perpetua” (v. 3, 4).  Jacob creó la promesa, la ha creído toda su vida, y ahora está haciendo sus hijos participes de ella. Ellos heredarán las bendiciones que Dios prometió a Jacob.


            Jacob está a punto de dar la bendición paternal y patriarcal a sus 12 hijos, pero antes, hace una cosa. Adopta a los dos hijos de José como suyos. Ya no van a ser los nietos de Israel, pues, Jacob es Israel, sino hijos de Israel, el pueblo de Dios, herederos de la promesa. El hecho es que todos los hijos nacidos de los hijos de Jacob no se llamen nietos de Israel, sino hijos de Israel. No son nietos y bis nietos y bis, bis nietos, sino hijos, hijos de Israel. Toda la nación son hijos de Israel.


            Es todo por gracia. La iniciativa salió de Jacob, no de Manasés y Efraín. Vimos el orden divino en 1 Pedro 1:2: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo”. Hemos sido elegidos por Dios para obedecer el evangelio y ser limpiados con la Sangre de Cristo e incorporados en su familia, para ser heridores de la promesa, la misma que Dios dio a Abraham, Isaac y Jacob, la de heredar La Tierra Prometida. Esta es la bendición que queremos para nuestros hijos, pero no es automático. No pasa por la línea de nuestra sangre, tiene que ser un acto soberano de elección de parte de Dios. Venimos a Él con nuestros hijos como vino José con los suyos para ser bendecidos, y la oración de nuestro corazón es que Dios cumpla en nuestra experiencia lo que hizo aquel día cuando Jacob escogió a sus nietos para ser sus hijos, es decir, pedimos que Dios escoja a nuestros hijos para ser sus hijos. Que los adopte para formar parte de su familia, los hijos espirituales de Abraham, la familia de Dios.



            Esta es nuestra petición humilde en base a lo que vemos aquí en las Escrituras y lo recibimos por fe, como el Señor nos enseñó a hacer con las cosas que pedimos según su voluntad. Y en esto descansamos. Así sea.        

Por David Burt